La intimidad le da al recién nacido calma... y también leche

A los venezolan@s nos gusta el gentío, la celebración, la reunión de la familia como forma de celebración ante la llegada de un nuevo integrante. Por ello, pocas personas (que compartan estas costumbres) pueden entender la decisión de algunas parejas de reservarse el día del nacimiento de su bebé para ellos.
Que la mamá o el papá le digan a sus amigos y familiares que el día del alumbramiento no esperarán visitas (si acaso la de los abuelitos y la de los tíos, si no son muchos) resulta algo incomprensible, sin embargo es lo más sano, lo más recomendable y lo más satisfactorio.
No entendemos la dimensión de ese momento hasta que nos llega, y si no lo disfrutamos en la intimidad, en el compartir de la tríada (mamá, papá y bebé) ese momento se irá y no sabremos qué pudimos perder, qué lazos pudimos estrechar justo en ese momento en el que el bebé empezaba a abrir sus ojos, a captar sus primeros oleros, a sentir sus primeras sensaciones "mundanas".
He escuchado a muchas mujeres decir que el día que parieron se sentían tan mal ante el gentío que no recuerdan a las personas que las fueron a visitar o que hubiesen preferido no haber tenido tantas visitas pues la verdad es que no estaban muy bien como para atenderlas. Incluso, hoy en la sobremesa del almuerzo, una amiga comentó que el día que parió había tanta gente en la habitación de la clínica que no podía amamantar a su hijita, hasta que una consejera de lactancia llegó y sacó al gentío, la sentó en una mecedora y le dijo: ahora, tómate tu tiempo para amamantar, y así fue como la leche comenzó a salir.
Este ejemplo es el que mejor ilustra una de las condiciones básicas para el amamantamiento y de la cual he hablado en la mayoría de los post: la tranquilidad y la armonía con nosotros y con nuestro entorno. Creo que eso es básico para que el bebé pueda recibir su dosis de leche materna a tiempo. Y esto debe ser así desde antes de nacer, pero dígamos -para ser más prácticos- desde la primera hora de nacido.
En la policlínica Cristóbal Rojas, donde tuve la dicha de parir a Miguel (me gusta decir "parir" aunque haya sido una cesárea por posición podálica) saben muy bien qué significa la intimidad familiar y como esto beneficia al bebé recién nacido. Las habitaciones no son fríos espacios de clínicas, como si estuviesemos en un hotel, sino cálidas habitaciones que se asemejan a las que tenemos en casa. La cama es matrimonial y al lado de ella está un moisés o cunita. La gente respeta la tranquilidad.
En los talleres de Buennancer (institución dedicada a la preparación al parto, que trabaja de la mano con la policlínica Cristóbal Rojas) recomiendan a las mamás y papás convertir el día del nacimiento en algo familiar, muy íntimo y especial. Por ello recomiendan a las parejas hablar con sus amistades y familiares para explicarles que el día del nacimiento será muy íntimo, pero que al tercer día podrán visitar al niñ@ en la casa.
Así nos lo recomendaron y así lo hicimos. La verdad es que los recuerdos de ese día son hermosos. Con cirugía y todo en menos de las dos horas de haber nacido Miguel, ya teníamos una bañera en el cuarto y allí lo bañamos, con una música que habíamos preparado, con unas velitas y sin la presión de nadie que dijera que si el ombligo estaba así o que si la piel tenía esto o aquello. Los abuelitos, abuelitas y tíos entraron después para disfrutar del nietecito. En la noche solo estábamos Augusto y yo, y juntos le dimos a Miguel sus cuidados, mientras disfrutaba de sus padres en su primer día de nacido, durmiendo entre nosotros.
La leche fluyó sin problema. Si bien le había dado de mamar en la primera hora de nacido mientras estaba en el cuarto de estabilización (tras la sutura producto de la cesárea), fue el momento en el que estábamos en el cuarto, que Miguel y yo nos conectamos totalmente en el acto del amamantamiento. Augusto nos observaba y los tres finalmente disfrtábamos de ese mágico momento. Desde ahí, Miguel se conectó con su teta cada vez que la necesitaba, no sólo para alimentarse sino para calmarse, para sentirse seguro.
Claro que había miedo, dudas y temores en Augusto y en mí, pero por sobretodo estábamos tranquilos, aprendiendo. Esa noche no dormimos mucho porque no dejábamos de estar sorprendidos por la maravillosa experiencia de tener una parte de nosotros dos allí, tocando nuestras manos.

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