Amamantar, una decisión y compromiso con la vida

No todas tienen la certeza de que lo harán. Algunas, incluso, “saben“ que sus pechos no producirán suficiente leche o que sus hijos serán unos glotones que no se conformarán con lo que ellas le darán. En sus cabezas hay de todo menos decisión, menos información. Un cúmulo de mitos se han alojado en su interior. Familiares, amigos y lo que es peor gineco-obstetras y pediátras les han dicho que es bueno amamantar pero no tanto y menos exclusivamente. Frente a todo ello es dificil tomar una decisión, a menos que la misma se haya hecho a conciencia. Ese “saber“ al que muchas mujeres apelan generalmente se apoya en los mitos, en las creencias, en las imposiciones que durante años ha hecho la publicidad que beneficia a las fórmulas lácteas.
Por ello, el primer paso -en mi opinión- es informar, desmitificar y ayudar a decidir, incluso desde antes de que el bebé nazca. Creo que allí está clave de todo, una mujer que antes de parir no ha decidido amamantar a su bebé por sobre todas las cosas, dificilmente podrá hacerlo cuando tenga al bebé entre sus manos, sobre su pecho.

Cuando Miguel estaba en mi vientre sabía que lo amamantaría, no sólo por la dicha que me daba imagirnarme teniéndolo en mi pecho, sino porque sabía que con ese alimento le daría tres cosas importantes: saciaría su hambre, lo protegería de enfermedades y lo más importante tendría un vínculo emocional que a él le daría seguridad y lo haría un niño feliz, amado.
Aunque antes de recibir la información sobre la lactancia materna exclusiva ya había decidido honrar a mis antepasados indígenas (en donde es impensable negarle pecho a un hijo), fue la información oportuna, completa y formal que recibí en Buennacer (centro carqueño dedicado a la educación de mujeres y hombre embarazados) la que me ayudó a concretar mi plan: alimentar a Miguel solamente con leche materna hasta los seis meses, sin agua y darle teta de manera complementaria hasta que tuviera dos años.
No tenía miedo a que se me rompieran los pezones, que me mordiera, que no saliera suficiente leche, que no se llenara o saciara con mi leche, ni que se me venciera el reposo postnatal. Había incertidumbre pero nada que no pudiera sobrellevar. Si algo de eso sucedía, me decía, seguro que podré superarlo.
Para que mi plan no tuviera fallas debí cumplir con todos los pasos sugeridos por mi facilitadora de parto: amamantar en la primera hora de nacido, darle de mamar cuantas veces quisiera, estar pendiente del agarre o succión, no colocarme ninguna crema o perfume que me quitara mi olor natural, tomar mucha agua y líquidos, cantarle, acariciarle, serenarme antes de darle su tetica. La armonía es una de las cosas que más trae leche. Mientras más segura me sentía más leche producía mi cuerpo.
Por ello, creo que amamantar implica decidir. Si todas las mujeres que están embarazadas deciden amamantar pero no lo hacen de palabra porque quieren y les parece chévere, sino porque saben que eso es necesario, es un derecho de sus hijos, creo que las bajas serían pocas.
A la decisión le sigue la práctica: por varias generaciones hemos perdido la práctica, la cultura, las técnicas. Enaltecieron el tetero o biberón y olvidamos nuestra naturaleza humana. Recobrarla amerita que practiquemos, ¿cómo? pues preparándonos para ello, leyendo sobre las técnicas, el agarre, la postura del bebé, nuestra alimentación.
Debemos acabar con la teoría impuesta por los industriales de la leche artificial, aquellos que por años pagaron las investigaciones en el campo de la medicina pediátrica y por ello adoctrinaron a los médicos para hacer creer que la fórmula era mejor que la leche materna.
Reeducar e informar no es solo una tarea pendiente para las mamás y los papás, lo es también para el personal médico que está cercano a ellas y ellos.
Tomar la decisión por tanto implica algo más que querer, amamantar feliz es un compromiso con nuestros hijos.

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